
Victoria Shaw y Tyrone Power , protagonistas junto a Kim Novak, del excelente melodrama basado en la vida del malogrado pianista norteamericano Eddy Duchin (1910-1951)
THE EDDY DUCHIN STORY (Eddy Duchin, George Sidney, 1956)
PARA MUCHOS AFICIONADOS, el nombre de George Sidney está ligado a dos géneros: el de aventuras, al que legó dos perlas, The Three Musketeers (Los tres mosqueteros, 1948) y Scaramouche (1952), y el musical, en el que inscribió títulos como Bathing Beauty (Escuela de sirenas), Anchors Aweigh (Levando anclas), Magnolia o Kiss me, Kate. Tampoco faltan en su filmografía incursiones en el paisaje posbélico (The Red Danube / El Danubio rojo, una de sus contadas películas en blanco y negro) o dramas históricos (Young Bess / La reina virgen), pero es en el melodrama donde para mí alcanza su cumbre, precisamente con una obra que nunca gozó de buena reputación: The Eddy Duchin Story.
Hasta que la crítica se desentendió de ella, pasó casi siempre por un dramita lacrimógeno basado en la vida de un popular músico norteamericano, un filme en la estela de Night and Day (Noche y día, 1944), de Michael Curtiz, inspirada en Cole Porter; Till the Clouds Roll By (Hasta que las nubes pasen, 1946), de Richard Whorf, tomando como pretexto a Jerome Kern (Sidney filmó, por cierto, su escena final) , y The Glenn Miller Story (Música y lágrimas), rodada en 1953 por Anthony Mann en homenaje al autor de Moonlight Serenade.
Aunque tiene varios puntos de contacto con ellas, Eddy Duchin deviene menos convencional, tal vez porque Sidney se da cuenta de que tiene entre manos una tragedia con varias facetas y no tanto un «biopic», un drama sobre las fronteras del amor antes que una hagiografía destinada a embellecer la figura del músico.
De entrada, la personalidad de Duchin no se presta a un retrato idealizado. Con la complicidad del actor Tyrone Power, Sidney retrotrae el Henry King de Alexander Ragtime’s Band y presenta al compositor y pianista como un joven entusiasta (si bien en la pantalla aparece como hombre maduro) que lucha por abrirse paso en un mundo conservador y reacio a la novedad. A Duchin se le exige música de acompañamiento y, como pianista, un discreto segundo plano, todo para que el distinguido público baile, ría o charle mientras la música suena de fondo.
Mozart ya pasó por esta prueba con sus serenatas. Duchin, que posee una sólida formación clásica, está dispuesto a abrir nuevos caminos del único modo posible: desobedeciendo las normas, cambiando lo previsible por lo inesperado. No podría hacerlo sin el concurso de una mujer sensible a su talento, Marjorie Oelrichs (Kim Novak), hastiada de la burbuja en la que se ha encerrado la aristocracia económica de Nueva York.
O tal vez enamorada. Durante la primera parte de la película, antes de la muerte del personaje, Sidney destaca la generosidad de Marjorie a la vez que proyecta una sombra ambigua sobre Duchin, que parece aceptar esa ayuda por amor o por interés y quizá por ambas cosas a la vez. La extinción física de Marjorie (Kim Novak –quien volvería a colaborar con Sidney en Jeanne Eagels y Pal Joey– está ya en el umbral hitchcockiano de Vértigo) disipa todas las dudas: no sólo Eddy la ha adorado, sino que está dispuesto a amarla más allá de la muerte. A ello se opone un amigo honesto, Lou Sherwood (James Whitmore), que ha asistido a la ascensión del músico y no quiere presenciar ahora su caída.
Desaparecida Marjorie, la película entra en otra dimensión, en otra dinámica. La experiencia de la guerra (en la que Duchin espera hallar la muerte) le abre los ojos respecto a la necesidad de vivir y de reencontrar a su hijo Peter, dejado al cuidado de los Wadsworth y del que se desentendió por considerarlo el involuntario causante de la muerte de la esposa. La película, como digo, muda de piel, y Sidney logra que el espectador, impactado por la pérdida, no caiga en la misma postración anímica de Duchin. Para ello cuenta no sólo con el concurso del pequeño Peter, al que su padre va a tener que reconquistar a marchas forzadas, sino de una segunda mujer, Chiquita (Victoria Shaw), que no desea interponerse entre Duchin y sus recuerdos, menos aún entre Duchin y su hijo.
Melodrama elegante y de majestuosa belleza, Eddy Duchin es también el tributo de un neoyorquino de Long Island a su ciudad natal, vista en tonos otoñales por el operador Harry Stradling, cuyo trabajo preludia en cierta manera el de Milton Krasner para McCarey en An Affair to Remember (Tú y yo), estrenada un año después. Para la galería del género, varios momentos ejemplares, pero especialmente uno, el final, en el que el amor y la música se unen para trascender las fronteras de la muerte una vez que Duchin arranca al teclado una última y desesperada nota. ♠
Me gusta y mucho que recuerdes a Sidney. Tiene un buen puñado de films espléndidos. Maestro del musical y con el don de rodar film de aventuras tan rítmicos y dinámicos como en sus musicales. Scaramouche tiene el mejor duelo de esgrima de la historia del cine. Eddy Duchin es otra de sus perlas olvidadas. Nunca he entendido su desprecio y olvido. El final, inolvidable, es un claro ejemplo del talento de Sidney. Un maestro del ritmo, lleno de calidez y emotividad. En este film también pensamos igual, un saludo José Andrés
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No se suele pensar mucho en ello, pero Sidney forma parte del cine que se vio en las posguerras y que ayudó a aliviarlas. «Scaramouche» es una maravilla, siento gran aprecio por «Young Bess» y «The Three Musketeers», tanto «The Red Danube» como «Jeanne Eagels» merecerían más fama, y tengo «Eddy Duchin» por uno de los grandes melodramas norteamericanos de los 50. Me gustaría repasar otras suyas, como «Cass Timberlaine» o «Key to the City», por sí cabe revalorizarlas, cosa que no veo posible, por ejemplo, con «Jupiter’s Darling».
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Floja «Cass Timberlane», que justo acabo de ver. Aniñada-deportivizada Lana Turner para que contrastara con el juez Tracy, maduro y sabelotodo. La plana mayor de la Metro embelleciendo todo no es suficiente
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Lo comprobaré, pero suena verosímil, sobre todo conociendo el paño de la productora. Y al actor, que cada día me pesa más, sobre todo en esos papeles de patriarca que tanto gustan a gente como Spielberg.
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Una de las favoritas de mi madre
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Y de la mía. Al final, tenían razón.
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