Dama por un día

Dave the Dude (Glenn Ford) escucha al jefe de policía (Barton MacLane), ante la «atenta» mirada de Joy Boy (Peter Falk), cuya actuación es lo único que Capra salvaba de su último film

POCKETFUL OF MIRACLES (Un gángster para un milagro, Frank Capra, 1961)

A FRANK CAPRA LE TOCÓ VIVIR DOS GRANDES CRISIS. Una fue la económica de 1929, en los Estados Unidos, «crack» que influyó decisivamente en la conformación de su universo fílmico durante los primeros años del sonoro. La otra se produjo tres décadas después, cuando lenta pero inexorablemente el sistema de producción se vino abajo y los estudios dieron discreta sepultura a la edad de oro del cine norteamericano.

Capra era consciente de este segundo desplome cuando rodó Pocketful of Miracles, obra que repudió, pero que a priori surgió como una ansiada recapitulación de temas, motivos y situaciones: la última palabra de un director cuyo tiempo había pasado y que después de una década marcada por aportaciones menores (Here Comes the Groom: Aquí viene el novio y A Hole in the Head: Millonario en ilusiones, ambas por debajo de sus posibilidades), dirige una mirada retrospectiva al cine que había representado, es decir el modelo fabulador y pujante desarrollado durante el mandato presidencial de Franklin D. Roosevelt y que culmina en el primer año de la posguerra con It’s a Wonderful Life (¡Qué bello es vivir!).

Pese a ello y teniendo en cuenta que Capra recrea uno de sus viejos éxitos, Lady for a Day (Dama por un día, 1933), igualmente basada en la historia de Damon Runyon nada hay de nostálgico, lacrimógeno, testamentario o tardío en este hermoso cuento de hadas con trasfondo sombrío. Antes había que hablar de una elegía en tono mayor, de unas exequias joviales, de una soberana comedia de personajes que, como casi siempre en Capra, encubre dramas humanos de gran calado, sin que nada parezca tremebundo ni el tono visual ni narrativo delate la tragedia de fondo.

Porque en principio parece divertido que el supersticioso «boss» al que interpreta Glenn Ford (Dave the Dude, convertido por el doblaje español en Dave el Dandy) tenga por talismán las manzanas de una pordiosera («Apple Annie»: Bette Davis); que para no traicionar la suerte que dicho fruto le depara, acceda a convertir a la vagabunda en una dama de alta sociedad; y que al final ponga todos los medios a su alcance (incluido el secuestro de varios periodistas, utilizados como arma de presión política) para que aquella pueda pasar por aristócrata a los ojos de su hija Louise (Ann-Margrett), a la que Annie no ve desde niña y que cruza el Atlántico para presentarle a su prometido, descendiente de un ilustre linaje europeo. Dicho de otro modo: en Pocketful of Miracles un idilio viaja al encuentro del otro, ignorante de la verdad, que en sociedad nunca da mejores resultados que la mentira.

Bajo el rutilante plan de comedia discurre, pues, el dramático intento de «Annie Manzanas» por construir una identidad falsa, proyecto al que contribuyen todos, desde sus compañeros de cloaca hasta los truculentos hampones, pasando por el alcalde de Nueva York y el gobernador del Estado, ambos con la mirada puesta en los electores. La cuestión es: si Dave es capaz de hacer todo eso por la anciana, ¿por qué no la saca directamente de la miseria? Gran pregunta que misteriosamente atraviesa todo el filme, dejando que el espectador saque sus propias conclusiones (personalmente creo que la prosperidad de Annie acarrearía la ruina del gángster, y éste, supersticioso incurable, lo sabe).

Aunque la fortuna ha sonreído a Dave, Capra le pone en varios aprietos. Uno, restituir a la pobre mujer su dignidad. En una escena insospechadamente patética, el gángster y su novia Quennie (Hope Lange) acuden al cuchitril de Annie para sacarla de su infierno alcohólico, propósito al que se sustrae la anciana, que cae a la parte inferior del encuadre mientras la cámara de Capra (sensible a la desesperación) se suma a los intentos de la pareja para ponerla en pie. La «resurrección» de Annie, embellecida de pies a cabeza, no es estrictamente obra del «padrino», sino de los especialistas en estética contratados para obrar el milagro; por consiguiente, Capra reserva a Dave el compromiso mayor (uno que además no puede delegar en nadie, ni siquiera en el preclaro juez Blake: Thomas Mitchell): ser el director de la comedia que se va a representar para los huéspedes europeos con la forzada complicidad de las autoridades locales.

La torpeza con la que Dave afronta su labor de metteur en scène da pie a los mejores momentos de la película, escenas en las que Capra bastante atormentado por los problemas surgidos en el rodaje desenreda los hilos y reconduce los propósitos que en condiciones normales la vida se encargaría de frustrar. Solo cuando la ficción dentro de la ficción ha prosperado (Louise parte creyendo lo que que su madre ha querido que creyera), el taumaturgo decide cerrar su cuento, no conservando a Annie en sus galas, sino poniéndole de nuevo sus harapos y devolviéndola a su miserable realidad, eso sí con su dignidad intacta. ♠

4 comentarios en “Dama por un día

  1. Las películas de Capra se han adaptado mal a la evolución del gusto -con la excepción de «It’s a Wonderful Life», a prueba de bombas por su estatus mítico. Muy interesante la relación que planteas entre la gran depresión del 29 y el declive de los estudios de Hollywood en los 60: «Pocketful of miracles», que surge ya fuera de época en un contexto poco afín a los milagros, aborda una relación madre-hija que no está lejos de clásicos del melodrama de los años 30 como «Stella Dallas» o «Imitation of Life».

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  2. Creo que en el pecado de revivir algo en lo que creía, Capra llevó su penitencia: una producción tortuosa, un reparto lleno de concesiones (y sin embargo excelente) y un rodaje que a cualquier otro se le hubiera ido de las manos. Siempre me ha parecido una de sus mejores películas. Lo que sería un milagro es que hoy hubiera un director capaz de dirigir actores con semejante fluidez. Si ya se lían con cuatro, imaginemos con cuarenta o cincuenta entrando y saliendo de la historia.

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  3. La película que significó la despedida (forzosa) del cine de Frank Capra. Cegatamen­te tachado en aquellos momentos de anticuado y sobrepasado por los tiempos, el autor de «¡QUÉ BELLO ES VIVIR!» vio cómo sus dos últimos trabajos, «MILLONARIO DE ILUSIONES» (A Hole in the Head) y esta que ahora nos ocupa, eran atacados por la crítica e ignorados por el público.
    Menos optimista de lo que a primera vista pudiera parecer, este hermoso film se nos presenta como un falso cuento de hadas en cuya tra­ma el «encantamiento» es trabajosa e interesada­mente fabricado por el supers­­t­i­cioso protagonista. Cuando la «representación» termina, la talludita Cenicienta volverá a sus harapos y a la cesta de manzanas, la carroza de nuevo se tornará calabaza y los pajes en ratones (pordioseros y gangsters). Aquí no ha pasado nada y los milagros permanentes no existen. “UN GANGSTER PARA UN MILAGRO” resultó una postrera e inolvidable lección de sabiduría cinematográfica de un hombre cuya fe y optimismo estaban ya moderados por la lucidez del desencanto. La película contó, además, con el que es para mí uno de los dos mejores repartos de secundarios de toda la historia del cine; sin duda alguna, el otro sería el de PLÁCIDO».

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  4. Sí, alguna velada reinterpretación de la Cenicienta hay en las dos versiones de «Lady for a Day», subvertida en el segundo caso por el deterioro físico y anímico del personaje de Apple Annie, a la que difícilmente se puede devolver todo lo que ha perdido. Cerca estuvo de aparecer por aquí «Plácido»; no sé si habrá ya ocasión.

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