El rito y la mano

Michel (Martin Lasalle), en la escena inicial

PICKPOCKET (Robert Bresson, 1959)

EN CIERTA OCASIÓN, Robert Bresson aseguró que nunca pondría sus manos sobre las grandes novelas de Dostoyevski, sobre Demonios y Los hermanos Karamázov. Sin embargo, en 1959 había entregado la que sin duda es la mejor y más secreta adaptación de Crimen y castigo: Pickpocket, en la que Raskólnikov el asesino se reencarna en Michel el ladrón, un joven solitario que cree en la superioridad de los más aptos.

Por extraño que parezca, el argumento dostoyevskiano no está transferido a la película, sino connotado por ella. Pickpocket recrea Crimen y castigo tras haber borrado de su superficie fílmica todo pretexto o huella literaria. Como escribió Bresson en sus célebres «Notas», el cinematógrafo (que no el cine, al que consideraba esclavo del teatro) realiza un viaje de descubrimiento a un planeta desconocido.

Ese nuevo mundo tiene aspectos reconocibles para la cámara: París, sus calles y comercios, las bocas de metro, sus hipódromos y cafeterías, sus estaciones… pero la mirada que las recorre es de un laconismo y austeridad tales que, de pronto, aflora una segunda ciudad, desnuda y arcana, poblada por gentes que se alzan sobre el suelo como iconos.

Bresson opera por deducción; elimina lo superfluo para quedarse sólo con lo esencial. Incluso la música (a favor de cuya supresión total se pronunció Bresson en un mandamiento que ni él mismo obedeció) favorece el sobrio continente de la película, impulsándola desde sus primeros compases: una obertura en estilo barroco, no de Lully, como consta en los créditos, sino de su epígono alemán Johann Caspar Ferdinand Fischer, justamente admirado por Bach.

Cuanto está escondido en la trama cotidiana, solapado por otras presencias y ruidos, relegado al anonimato, es automáticamente singularizado, ya se trate de las toscas baldosas del cuarto de Michel o del traqueteo procedente de un lejano tranvía. El director toma en sus manos la realidad y le quita las sucesivas capas que la cubren hasta que llegar a algo que ya no se parece totalmente a ella, pero que tiene sus visos. Una intrarrealidad.

Podría ser el cerebro quien la desentrañase, pero son las manos las portadoras de la epifanía: un maravilloso encadenado relaciona las manos del ratero, afanado en la redacción de su diario, con las manos enguantadas de su víctima, que extrae del bolso un dinero, puesto en circulación, como el propio plan de Michel, pronto a delatarse. Tras su primera tentativa deberá aplicarse mejor, ser más preciso, engañar al ojo, como las manos que se dibujan una a otra en el cuadro de Escher.

Para Bresson, personas y objetos constituyen un mismo misterio. Las carteras, billeteras y relojes son receptivas a los dedos de Michel por cuanto están en el secreto de su vocación profanadora. Michel (Martin Lasalle) alivia su soledad y su abstinencia entrando en furtivo contacto con lo ajeno. Dado que no le es posible relacionarse con el otro, sustrae sus pertenencias, que dócilmente cambian de dueño, de manos, de bolsillos, en un tenso ceremonial erótico que alcanza su climax en la serie de robos perpetrados en la Gare de Lyon, donde las manos de los carteristas ejecutan lo que Henri Focillon ha llamado «la elegante vivacidad de los gestos puros». (1)

Pickpocket es una obra sacra realizada a partir de elementos profanos. Es verdad que durante años el cine de Bresson sufrió los abusos derivados de la exégesis religiosa, pero también es preciso admitir que en sus películas –especialmente las rodadas durante la posguerra, Journal d’un curé de campagne, Un condamné à mort s’est échappé y Pickpocket–, se aprecia el mismo rigor y voluntad de despojo observado en las órdenes cristianas regidas por el voto de pobreza.

Imbuidos de una profunda espiritualidad, los cuerpos bressonianos son a la vez concretos, grávidos y carnales. De otro modo no se entiende el vehemente abrazo que Jeanne da a Michel (Marika Green) tras su confesión, encadenándose a él y asumiendo su carga,o el beso final, una de las más emocionantes escenas de comunión entre dos seres jamás vistas en la pantalla.

El extraño camino por el que Michel llega hasta Jeanne es preparado sutilmente por Bresson, que sin embargo no predetermina el destino del carterista ni acude a salvarle «deus ex machina». Todo es infinitamente más discreto: véase, en el funeral de la madre de Michel, el breve plano que Bresson dedica al hijo, arrodillado en el banco de la iglesia y flanqueado sucesivamente por Jacques y Jeanne, destinataria de una mirada implorante que hace innecesario el contraplano.

La herencia de esta insólita y magistral película se ha transmitido a varias generaciones de cineastas, desde el finlandés Peter von Bagh, que en Pockpicket (1968) invirtió el planteamiento (esto es, el joven, en lugar de sustraer, mete dinero en los bolsillos de la gente) hasta el norteamericano Paul Schrader, que recreó la obra del maestro en su vilipendiada American Gigolo (1980). Pero todo cuanto recuerda a Bresson denota forzosamente su ausencia. Pickpocket perdurará como la expresión de una sensibilidad enigmática, siempre en pos de ese «corazón del corazón que no se deja aferrar ni por la poesía ni por la filosofía, ni por la dramaturgia». ♠

(1) HENRI FOCILLON: Éloge de la main (Elogio de la mano, 1934)

4 comentarios en “El rito y la mano

  1. Bresson estiliza la realidad, pero sin separarse de ella. El cineasta al que está más próximo quizá sea el Rossellini de finales de los 40 y primeros 50.
    En sus películas, los movimientos, los sonidos, parecen captados en un medio distinto al aire, menos denso. Como Avedon en la fotografía fija, comprendió que la intencionalidad expresiva se opone a la profundidad: el rostro, el cuerpo humano, pueden expresarse ante el objetivo de la cámara en un lenguaje distinto al del teatro. A la expresión neutra se llega mediante la repetición y la rapidez. El «pickpocket», con sus gestos repetidos miles de veces hasta eliminar cualquier temblor y roce, es el «modelo» ideal del estilo bressoniano.

    Me gusta

    • Habría mucho que hablar sobre los modelos bressonianos, empleados como moldes vaciados de toda convención actoral e interpretativa, y que, con el fin de llegar a una verdad inefable, le sirven, como él mismo admite, para una sola vez. La ex mujer de Paul Leduc me comentó hace muchos años que Martin Lasalle andaba por México, escondido tras una patriarcal barba blanca. Cuánto me han intrigado siempre los destinos de esos «modelos» que vagan por el mundo, como fantasmas, tras su paso por el cine de Bresson.

      Me gusta

  2. Extraño mundo el mundo paralelo de Bresson. Grave y absorto, sin gestos ni sonrisas, de laconismo y frases sentenciosas, de elipsis, de sonidos en off sobre planos de detalle.

    Me gusta

    • Aquilatando y reordenando determinados elementos, Bresson extrae uno de los mundos ocultos bajo la realidad visible. Antes de morir, Oliveira dijo que encontraba mágica la realidad, un lugar común que entrañaba otros maravillosos, en el sentido más amplio del término.

      Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s