
ISN’T LIFE WONDERFUL? (La aurora de la dicha, David Wark Griffith, 1924)
EN EL LIBRO DEL OLVIDO hay un capítulo reservado a los pioneros. Basta haber abierto camino o colonizado algún territorio virgen para que la posteridad honre al precursor con vagos elogios y pase de largo. No es una exageración. Pocos saben a estas alturas que John Field es el padre del nocturno, o que Liszt lo fue del poema sinfónico; y pronto nadie recordará que Griffith sentó — como dicen los manuales— las bases del relato cinematográfico, a no ser para renegar de su paternidad o escupir sobre su memoria.
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