Escrito en la montaña

Ejvind (Victor Sjöström) escruta las montañas tras despertar junto a Halla (Edith Erastoff)

BERG-EJVIND OCH HANS HUSTRU (Los proscritos, Victor Sjöström, 1917)

SU ÚNICA LEY ERA EL AMOR. Con esta leyenda concluye Berg-Ejvind och hans hustru, una de las obras maestras de Victor Sjöström y, por extensión, de la historia del cine.

Estamos en 1917, año en el que el gran patrón de Svenska Bio, Charles Magnusson, advierte que el éxito de la productora sueca pasa por llevar a la pantalla reputadas obras de la literatura nórdica. Su primera gran apuesta había sido Terje Vigen, basada en el poema épico de Ibsen; la segunda será la adaptación de Eyvindur el de las Montañas, del dramaturgo islandés Jóhann Sigurjónsson, al frente de la cual Magnusson puso a Victor Sjöström, por entonces su primer director junto a Mauritz Stiller. Para apuntalar el proyecto, el director de Silbodal inició ese mismo año su colaboración con la novelista Selma Lagerlöf, materializada en la primera adaptación al cine de una de sus novellas, Tösen från Stormyrtorpet (La muchacha de la granja del pantano, también conocida como La hija de la turbera).

Familiarizado con la obra de Sigurjónsson desde que debutara en los escenarios daneses a finales de 1911, el director de La carreta fantasma fue fiel al original, pero dejó su impronta en el resultado. El malogrado dramaturgo evoca las sagas islandesas para contar el avatar de un hombre perseguido por la maldición de una campesina a la que intentó robar. Sjöström respeta el marco legendario, pero trasciende el ámbito del folclore escandinavo para sugerir una analogía —tan evidente que ha pasado desapercibida— con la odisea de Jean Valjean en la novela de Victor Hugo Los miserables.

No es aquí un trozo de pan, sino una oveja robada para llenar los estómagos de una familia pobre lo que motiva la persecución de Ejvind por parte de una autoridad inmisericorde. Descrito como un hombre fuerte, noble e ingenuo, el forastero —que se hace llamar Kári—, confiesa su pasado a la viuda Halla, propietaria de una próspera granja islandesa, quien se enamora del furtivo y lo acompaña en su huida. Paralelamente, Sjöström vincula el romance de los amantes proscritos a su idilio con la actriz Edith Erastoff, quien asume el papel femenino teniendo como partenaire al propio director. Tal vez éste fuera el «drama detrás del drama» que el maestro participó a Ingmar Bergman durante el rodaje de Fresas salvajes.

Filmada con los ojos del descubridor, la película está llena de hallazgos. No sólo Sjöström hace del paisaje un personaje dotado de rasgos y espíritu, sino que Ejvind es visto como una encarnación de esa naturaleza majestuosa, recorrida por lagos, glaciares y torrentes. La presentación del hombre en dos planos, primero bebiendo de la cascada y luego descubriendo el géiser con la brumosa cordillera al fondo, es absolutamente inolvidable. Sin embargo, y al igual que en la música de Sibelius (originalmente propuesta como acompañamiento del filme), la naturaleza muestra una doble cara: ofrece refugio al hombre pero permanece indiferente a su suerte.

La presencia dramática del paisaje ha sido señalada desde los tiempos de Delluc. Lo que no ha sido tan subrayado es la condición subversiva de la obra, precursora de tantas corrientes, desde la primera ola francesa al «bergfilm». La ley se presenta aquí bajo formas despóticas, ya sean las del párroco que niega a Ejvind un poco de la comida que a él le sobra, o las del fanático alguacil (Nils Ahrén) que persigue al cimarrón por «hurto famélico» y, en realidad, como venganza por haberle robado el favor de su cuñada. Ésta será pretendida también por otro proscrito, Arnes (John Ekman, el gran villano del cine de Sjöström), que a duras penas vence el deseo angustioso que siente por la mujer y que a punto está de matar a Ejvind cuando éste resbala y cae al vacío. El abismo es, por otro lado, uno de los motivos recurrentes de la historia, señalado como tumba de vértigo por los personajes, no en vano el propio Sjöström estuvo a punto de perder la vida durante el rodaje de la citada escena.

En el colmo de la transgresión, Ejvind y Halla se profesan un amor loco que les lleva a contraer matrimonio fuera de la ley, aunque sean marido y mujer «a los ojos de Dios». Por desgracia, y como reza uno de los rótulos, Dios está a veces lejos, mientras que los hombres se hallan siempre cerca. La lejanía del Creador, hibernado en broncas y remotas cumbres, se hace aún más lacerante en la parte final, una vez que los nómadas han perdido a su hija (lanzada al abismo por Halla para que no caiga en manos indeseables) y ambos se ven obligados a huir más allá, hacia las tierras heladas, donde «el hambre deshace lo que el tiempo había tejido entre ellos». No sin razón Sigurjónsson escuchó un coral de muerte al ver la película. ♠

4 comentarios en “Escrito en la montaña

  1. Es un prodigio. La sombra amenazante que entra en campo antes de que sepamos a quién pertenece sería tomada por Murnau, un plano que capta corriendo en paralelo a perseguidores y perseguido sería retomado en uno de los más inolvidables de «The searchers» y todo el acto final, tras una violenta elipsis, cambia a un tono descarnado y amargo que quizás «Greed» iguale, pero no supera.
    Sjöström se adelanta y traza mucho de lo más grande que el cine va a dar.

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    • En efecto. De esta fuente salen tantas cosas que da vértigo enumerarlas, lo mismo que asombra (por no decir que indigna) la pereza y falta de reflejos de una mayoría de cinéfilos, aferrados a un canon que las grandes películas de Sjöström dejan en evidencia.

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  2. El problema no es solo, o principalmente, de los cinéfilos, sino de los cineastas o aspirantes a serlo. A veces la ignorancia de la obra ajena es una buena estrategia para vivir tranquilo y pensar que uno ha hecho algo que merece la pena.
    Volviendo a «Los proscritos», creo que también inaugura, unos cuantos años antes de «Tabú», el género de «amantes en fuga de la sociedad»; sin duda habrá otras anteriores, pero desde luego no dejaron la impronta de esta.

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    • Yo creo que a quienes dirigen les sobra cinefilia y les falta cultura cinematográfica, lo mismo que, en general, a quienes ven sus películas. Hablo por supuesto del mundo actual, amnésico, acrítico, ahistórico, etc. Pero todo esto nos lleva a la melanconlía, pues es un «fenómeno» que trasciende al cine y permea todas las capas de la sociedad. Y volviendo, como dices, a «Los proscritos», sí, «Tabú» es uno de sus primeros y más vigorosos vástagos. Hoy la película de Murnau se pasea desnuda por el paisaje esquilmado del cine como si fuera una Venus de Tiziano. La de Sjöström, como una visión relampagueante de las ruinas de Atenas.

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