Secreto en llamas

Effi (Hanna Schygulla), en la adaptación de la novela publicada por Theodor Fontane en 1894

EFFI BRIEST (Rainer Werner Fassbinder, 1974)

HABRÁ QUIEN PIENSE que el calificativo de clásico le viene un poco grande a esta película rodada a los 29 años por el bávaro Fassbinder, pero lo que nadie discutirá es que la novela en la que se basa es una de las obras maestras de la narrativa del XIX, ese siglo que los modernos dan por superado.

Escritor de maduración tardía (así lo catalogaba Thomas Mann), Theodor Fontane coronó con su magistral relato la larga tradición de adulterios y matrimonios morganáticos que recorre de parte a parte la literatura realista del XIX. De la mano del escritor asistimos a la entrada en la madurez de una muchacha a la que sus padres, miembros de la burguesía prusiana, casan demasiado pronto con un hombre mucho mayor que ella, pero que, en su condición de barón y más tarde de canciller, permite a toda la familia la entrada en el gran mundo. Naturalmente, esa ascensión social se produce al precio de una juventud cuya sangre acaba rebelándose y buscando el amor allí donde el corazón —y no la razón o el dinero— manda.

En 1974, Fassbinder se acerca a esta historia con la conciencia de que por la cultura alemana han pasado, entretanto, nombres como Erwin Piscator y Bertolt Brecht y que, por ende, su modelo de representación han de establecer una distancia crítica con respecto a los personajes y sus motivaciones. Las amargas lágrimas de Petra von Kant había sentado, dos años antes, la base de esa “mirada exterior” heredada de los gurús del teatro alemán contemporáneo, de los que Fassbinder se consideraba aventajado discípulo. Ello le reportó un gran prestigio en los círculos intelectuales de la época al tiempo que el desdén de un público poco familiarizado con esa expresividad deliberadamente hosca, para algunos brechtiana, para otros sencillamente chapucera.

Por fortuna, lo mejor del filme no procede de Brecht, sino de los maestros del melodrama cinematográfico (Czinner, Ophüls, Sirk), cuyas enseñanzas Fassbinder aplica en aspectos tales como el empleo de los espejos o la función arbitral del decorado en que los personajes se desenvuelven, a menudo una representación de los límites y convenciones que los aprisionan.

Con algo de mala intención puede afirmarse que Effi Briest culmina, junto a Martha (su velado homenaje a Luz de gas), la primera etapa del cine de Fassbinder, quien a partir de entonces se volcará en un truculento teatro de marionetas, pintarrajeadas al gusto de sus fans, que le venían pidiendo una deformación sarcástica y agresiva del melodrama, género que contribuyó a degradar en películas como La sombra de los ángeles, El asado de Satán o La ruleta china, obras maestras del grand-guignol cinematográfico.

Pero de un creador tan sincero y autodestructivo, tan kamikaze, siempre podían esperarse películas de interés. Entre ellas destaca, en mi opinión, La tercera generación, en competencia con La ley del más fuerte, Todos nos llamamos Alí, La ansiedad de Veronika Voss y esta adaptación de Fontane, que permanece como su obra más clásica y uno de los mejores trabajos de la actriz Hanna Schygulla, quien, junto a Ingrid Caven y Margit Carstensen, se consagra aquí como la musa fassbinderiana por excelencia.

Toda la carrera de Fassbinder queda comprendida en quince años de creación sin freno, entre 1967 y 1982. Más que ajustar cuentas —en un sentido u otro— con el director alemán, podemos convenir hoy en que el riesgo, quemarse en la propia obra, con su inextricable mezcla de hallazgos, excesos y errores, es cosa del pasado. ♠

2 comentarios en “Secreto en llamas

  1. Leí hace mucho la novela de Fontane, y mi sensación es que Fassbinder se mantiene fiel a la trama pero altera el equilibrio de la obra literaria, al subrayar los aspectos sociales y limitarse a sugerir los más sentimentales (en particular la relación de Effi con su padre en la parte final). En este sentido, y salvando las distancias de contexto, una película de argumento parecido como «Charulata» de Satyajit Ray guarda mayor similitud tonal con Fontane que la adaptación de Fassbinder.
    No obstante esta es una película fascinante, como un viaje en el tiempo, llena de fantasmas reales e imaginarios, y de un implacable virtuosismo formal. Además de Brecht, Sirk, etc., puede recordar el vínculo inicial entre Fassbinder y Straub-Huillet, el estilo último de Rossellini, y las adaptaciones novelescas de Oliveira hasta «Francisca».

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    • Sí, sobre todo Oliveira, esa representación de universos cerrados en el que los cuerpos tiene algo de estatuario y las palabras profanan una realidad demasiado solemne. No contemplaba la relación con «Charulata», parece una pista digna de seguir. Hasta ahora todo lo leído de Fontane invita a continuar. En cuanto a Fassbinder, es verdad lo que dices; probablemente quiso reformular el melodrama sin perdonarle la vida, aunque el espíritu de la época se deje notar en ciertos aspectos «críticos», subrayados con ferocidad en otras de sus películas, que por ese mismo motivo suelen ser más enfáticas y, por lo tanto, peores.

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