Pasión entre las ruinas

Una experiencia provechosa: el joven John Mohune ante Jeremy Fox (Stewart Granger)

MOONFLEET (Fritz Lang, 1955)

PESE A HABER SIDO RODADA para Metro-Goldwyn-Mayer en una época en la que la productora del león se hallaba embarcada en diversas recreaciones históricas ambientadas en Europa, Moonfleet no es una película de aventuras al uso.

Es verdad que hay en ella tesoros escondidos, contrabandistas, duelos, emboscadas y una historia de amistad entre niño y adulto que recuerda inevitablemente la que Stevenson inmortalizara en La isla del tesoro, pero ni su relato es desenfadado ni su imaginería es luminosa, por lo que en todo caso pertenecería al género de aventuras tristes, como Viento en las velas, o al de fantasías góticas, como El manuscrito encontrado en Zaragoza.

El guion final, firmado por Jan Lustig y Margaret Fitts, es una interpretación muy libre de la excelente novela escrita en 1898 por John Meade Falkner; tanto que los principales personajes adultos (el líder de los contrabandistas Jeremy Fox y su despechada amante Ann Minton, respectivamente interpretados por Stewart Granger y Viveca Lindfords, ambos magníficos) no existen en el libro.

En la obra de Falkner, el chico entabla amistad con el posadero Elzevir Block, un hombre truculento pero de buen corazón que, tras haber perdido a su hijo, adopta a John, al que aloja, cuida y protege antes de compartir con él las amarguras del exilio, la cautividad y la condena a galeras. Los guionistas despojan al pobre Elzevir de su condición heroica y lo convierten en villano: el tabernero propone liquidar al chaval porque ha visto y oído «demasiado», motivo por el cual se bate con el apuesto y romántico Fox; éste vive a su vez torturado por el recuerdo de una mujer muerta, Olivia Mohune, madre de John, cuyo espíritu ronda por la historia como si se tratara de un personaje de Poe.

Otros llamativos cambios afectan al personaje del pequeño John, que parece salido de una historia de Dickens. Cuando comienza la novela, el narrador dice tener quince años, el doble de los que aparenta tener el niño de la película. Éste no es oriundo de Moonfleet, como en el libro, sino un forastero que llega al lugar con una carta de su difunta madre diciéndole que Jeremy Fox se halla en sus propiedades y que en ellas hallará refugio. En el original, John se apellida Trenchard, mientras que en la película entronca con los Mohune, es decir que tiene el mismo nombre que el coronel John Mohune, al que el vulgo supersticioso atribuye la identidad de Barbanegra (Barbarroja en el filme).

Los guionistas se toman otras muchas libertades con el libro, pero el cambio principal reside en la mirada romántica, nocturna y melancólica que Fritz Lang vierte sobre la historia. El carácter de la obra se anuncia ya en los títulos de crédito, que desfilan sobre un fondo marino en el que las bravas olas coronadas de espuma baten sobre la costa de Dorset, mientras la arrebatadora música de Miklós Rózsa traduce el sentimiento tempestuoso que anida en las aguas, reviviendo las pasiones del ayer.

En realidad, la vorágine del mar es un trasunto de la tempestad que se aloja en el interior de Jeremy Fox. Bajo su fachada cínica, el personaje oculta el dolor por un amor desdichado, el que le unió en el pasado a Olivia, cuya memoria atesora entre ruinas. No puede haber un personaje más languiano. Y el hecho de que lidere a un grupo de malhechores lo emparenta decididamente con Altar Kane, la aguerrida amazona que Marlene Dietrich encarnó en Rancho Notorious, película hermana de Moonfleet.

No es el único vínculo con el «western», ya que Lang refiere una bella y limpia historia de amor entre niño y adulto, similar a la que George Stevens , a partir de Jack Schaefer, había contado poco antes en Shane, de hecho el final de ambas películas es idéntico.

Esta obra maestra desmiente la fama que Lang tiene de director frío y geómetra desapasionado. Ahí está para demostrarlo el emotivo trávelin que sigue a John por las ruinas de la mansión o la despedida final, que cierra el recorrido iniciático del niño, al que previamente Lang ha relacionado con todo tipo de elementos macabros: tumbas, ángeles, estatuas, criptas subterráneas, ataúdes, esqueletos y ahorcados. Esta rica imaginería gótica es explorada por Lang con un sentido poético que se transmite por igual al decorado de época, a las ropas y peinados (en el caso de Ann más propios de una cortesana del renacimiento italiano que de una dama inglesa del siglo XVIII), o a los gestos de los actores (al recibir a John, Granger aspira el aroma del pañuelo que le ha dado su madre mientras, en voz baja, pronuncia su nombre con un gesto de dolor apenas reprimido). Inolvidable. ♠

5 comentarios en “Pasión entre las ruinas

  1. En esta extraña fantasía romántica (que, como apuntas, no funciona como película de aventuras ni para niños), solo tenemos indicios de ese pasado que despierta la conciencia moral de Jeremy Fox para cerrarle la puerta a un futuro que lo convertiría en Lord Ashwood: el aroma de un pañuelo, un jardín abandonado, unas cicatrices en la espalda. En dos ocasiones vemos a Jeremy Fox de espaldas, como si mirara a ese pasado que para nosotros permanece oculto, y que determina su conducta.

    Los franceses fueron los descubridores de esta película con la que el estudio no sabía muy bien qué hacer, y la convirtieron en emblemática para la cinefilia. Serge Daney, huérfano como el protagonista, acuñó a partir de ella el juego de palabras cinéphile / ciné-fils.

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  2. El que sí sabía lo que se traía entre manos era Fritz Lang, y hasta cuesta entender su desafecto hacia la pantalla ancha viendo el uso magistral que hace de ella. Si fueron los franceses quienes apostaron por esta película (me cuesta pensar en ingleses y americanos, raramente lúcidos, como señala Lourcelles), entonces hay que felicitar a los franceses. Recuerdo haberla descubierto hace cuarenta años por televisión, en una noche de domingo como esta, doblada y sin su formato, y ya parecía majestuosa. Cuando a mediados de los 80 pudo verse por fin en salas, vino a confirmarse la grandeza de una película que sin embargo continúa gozando de menor reputación frente a «Metropolis» o «M», aun siendo (para mí) infinitamente superior a éstas.

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  3. Me temo que las expectactivas asociadas a los géneros han causado muchos malentendidos en el aprecio de las películas, y no solamente en el momento de su estreno. Sigue habiendo muchos aficionados al cine negro o la ciencia-ficción, pero la disposición a ver películas del oeste o de aventuras (por más equívocas que puedan ser estas clasificaciones para «Rancho Notorious» o «Moonfleet») parece mucho más limitada.

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  4. La Metro (precisamente esa productora tan pendiente de dar gusto a los gustos de la mayoría) debió quedar horrorizada ante lo que sobre el papel era prometedor resultó ser anticomercial: no es película para quienes van al cine a entretenerse, ni mucho menos para niños.
    La película es bellísima pero sombría y poco reconfortante. Y frente a los protagonistas arrojados y radiantes del género, Fox deambula amargado no solo por el recuerdo del gran amor frustrado que le trae de vuelta la llegada del niño, sino también por la vida innoble que lleva y porque con quienes trata (tanto clase alta como clase baja) son gentuza; vemos a cuatro mujeres que han sido suyas y con ninguna es feliz.
    Y las escenas de acción e intriga no son magnificadas. Es significativo que al diamante (puro Mac Guffin) que mueve el relato, Lang, cuando es finalmente conseguido, no le dedica ningún primer plano.

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    • Ignoro el grado de horror de los mandamases de la casa, pero aprovecho para comentar dos cosas: una, que la Metro, aun siendo la productora «mainstream» por antonomasia, es la que paradojicamente tiene más rarezas en su catálogo, desde «Greed» a «2001», pasando por «Freaks» o «Moonfleet», entre otras obras potencialmente venenosas para la taquilla, la censura o la «academia». Y dos, que tal vez la excepcionalidad de «Moonfleet» comience a explicarse desde la personalidad del productor, el también actor John Houseman, que ya tenía en su haber maravillas como «The Live by Night» o «Letter from an Unknown Woman» y que luego apadrinó varios títulos controvertidos de Minnelli.

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